Olimpia Entre Ríos, Virgilio Allaime y sus seis hijos vivieron muchos años al lado de la Estación Biológica de la Reserva, a 4 km del pueblo. Olimpia, nos cuenta cómo fueron esos tiempos.
“Nací en Ñacuñán, me crié en Ñacuñán, fui a la escuela en Ñacuñán, toda mi vida estuve en Ñacuñán. Cuando me casé me fui a vivir a la reserva. Ahí viví 30 años”, comenzó relatando quien dice amar profundamente estas tierras santarrosinas.
“Mi papá fue Víctor Entre Ríos, él trabajaba en los carros, era hachero. Cuando llegó el ferrocarril, empezó a trabajar en él, y ahí trabajó toda su vida. Mi mamá se llamaba Rita Guiñazú y tuvo 11 hijos. Trabajaba mucho y nosotros en la tarde ayudábamos acarreando el agua y la leña, encerrábamos las chivas y le dábamos de mamar a los chivatitos”, recuerda con mucha emoción.
“Yo tenía 16 años cuando lo conocí a Virgilio. Él me llevaba 16 años y siempre trabajó en el campo, andando, haciendo alambrados, haciendo picadas, limpiando huellas. Trabajaba cerca de Ñacuñán, era amigo de mis hermanos. El ingeniero Roig lo conoció y lo llevó a trabajar a la reserva”, detalla.
“Cuando decidimos vivir juntos nos fuimos a la reserva. Mis hijos nacieron allí. A Virgilio lo contrata el CONICET, él era encargado del mantenimiento y control. También contrataron a mi hermano Daniel, a un primo mío (Raúl Guiraldes) y otro hermano mío (Ramón Eduardo). Cuando fuimos ya estaba Duvé allí, era empleado de la provincia”.
“Virgilio tenía que recorrer el contorno del campo y controlar que los alambrados estuvieran en condiciones, porque antes se metían a cazar, ponían las trampas de zorro. También mantenía la limpieza en los alrededores de la casa”.
“Cuando los niños ya tuvieron edad de ir a la escuela se iban caminando o en bicicleta hasta el pueblo, hasta que en el año 1998 ya nos fuimos a vivir al pueblo. Yo nunca hubiera querido irme de la reserva. Volvimos por los niños y porque Virgilio ya no andaba bien. A mí me gustaba la tranquilidad de la reserva, los niños estaban acostumbrados y vivían felices.
En los veranos nos bañábamos en la pileta. Los chicos ayudaban a los que venían del IADIZA juntando bolos de lechuzos, cacas de animales, miraban los nidos para ver si se comían los huevitos, juntaban semillas, cortaban pasto. Ellos ayudaban, todo eso hacíamos”.
Este relato fue escrito y redactado en memoria de Virgilio Allaime (fallecido en 2010) y Daniel Víctor Entre Ríos (fallecido en 2018), quienes fueron los primeros trabajadores de CONICET encargados del mantenimiento de la Reserva. A ellos y a sus familias, nuestro respeto.